Es fácil visitar Haití y ver sólo pobreza. Sin embargo, cuando visité recientemente el país con el ex Presidente de los Estados Unidos de América, Bill Clinton, vimos también oportunidades.
Es cierto que Haití sigue siendo un país sumamente pobre. Todavía no se ha recuperado del todo de los devastadores huracanes del año pasado, ni tampoco de las décadas de dictadura maligna. Sin embargo, podemos decir lo que nos dijo el Presidente René Preval: “Haití está en un momento crítico”. Puede retroceder hacia la oscuridad y una mayor miseria, sacrificando todos los progresos que ha hecho y la ardua labor realizada con las Naciones Unidas y la comunidad internacional, o bien puede avanzar hacia la luz, hacia un futuro más prometedor y esperanzador.
El próximo mes, los principales donantes internacionales se reunirán en Washington para examinar la posibilidad de ayudar en mayor medida a este desventurado país, tan azotado por fuerzas ajenas a su control. En apariencia, parece haber pocos motivos para ser optimistas. La crisis financiera ha reducido los presupuestos destinados a la asistencia. Se habla de la “fatiga de los donantes”. Los problemas que afronta Haití —el crecimiento incontrolado de la población, una gran escasez de alimentos y artículos de primera necesidad, y la degradación del medio ambiente— parecen a menudo insuperables.
Sin embargo, es más probable que Haití capee las actuales tormentas económicas y llegue a prosperar que casi todas las demás economías emergentes. La razón de ello es la nueva ley sobre el comercio promulgada por los Estados Unidos el año pasado, que brinda a Haití una gran oportunidad.
Hope II, como se conoce esta ley, ofrece a Haití un acceso a los mercados de los Estados Unidos libre de derechos y de contingentes durante los próximos nueve años. Ninguna otra nación tiene una ventaja parecida. Es un buen punto de partida. Es una oportunidad para consolidar los progresos que Haití ha hecho para ganar cierta estabilidad política, con ayuda de la misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas, y para pasar de la ayuda a un verdadero desarrollo económico. Habida cuenta del desempleo generalizado en el país, en particular entre los jóvenes, esa medida significa sobre todo que se crearán puestos de trabajo.
Mi asesor especial sobre Haití, el economista de la Universidad de Oxford especializado en desarrollo, Paul Collier, ha colaborado con el Gobierno para formular una estrategia. Esta estrategia determina medidas y políticas concretas para crear puestos de trabajo y hace especial hincapié en los puntos fuertes tradicionales del país —la industria de la confección y la agricultura. Cabe citar en particular la promulgación de nuevas normas que reducirán los derechos portuarios (que están entre los más altos del Caribe) y la creación de agrupaciones industriales como las que han llegado a dominar el comercio mundial.
En la práctica, esto significa aumentar muchísimo las zonas de exportación del país para que una nueva generación de empresas textiles pueda invertir y operar en un lugar. Creando un mercado suficientemente grande para generar economías de escala podrán reducirse los costos de la producción y, una vez atravesado determinado umbral, se producirá una gran expansión, limitada únicamente por la disponibilidad de mano de obra. Nuestro objetivo: crear miles o cientos de miles de puestos de trabajo en dos años, y posiblemente millones a largo plazo.
Este plan parece ser ambicioso en un país de 9 millones de personas en el que el 80% de la población vive con menos de 2 dólares al día y que importa la mitad de los alimentos que consume. Sin embargo, sabemos que el plan puede funcionar. Ha funcionado en Bangladesh, cuya industria de la confección ha creado 2,5 millones de puestos de trabajo. Ha funcionado en Uganda y Rwanda. En Washington, los amigos de Haití explicaremos, con una convicción absoluta, por qué podemos ser igualmente optimistas.
Durante nuestro viaje, el Presidente Clinton y yo vimos muchos indicios, pequeños y grandes. Un día visitamos una escuela primaria en Cité Soleil, un barrio marginal de Puerto Príncipe controlado durante mucho tiempo por bandas violentas antes de que el personal de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas lo recuperara. Me alegré mucho de ver a los niños de ese barrio. Estaban bien alimentados gracias al Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y, aún mejor, eran felices y aprendían, como deben hacer los niños. Fue un indicio de una época más normal, a pesar de los sufrimientos padecidos durante los últimos años.
También visitamos un centro para alumnos destacados llamado HELP, sigla del Haitian Education & Leadership Program (Programa de educación y liderazgo de Haití). Con fondos recaudados del sector privado de los Estados Unidos, ese programa proporciona becas a niños haitianos muy pobres que no podrían soñar con ir a la universidad. Todos esos jóvenes llegan a seguir carreras productivas. Ganan buenos sueldos. Inician vidas prometedoras y casi todos ellos se quedan en Haití. A estos jóvenes les dije que los consideraba “semillas de la esperanza”, porque representan un futuro mejor.
A alguien de fuera le sorprende ver cuán pequeños son los obstáculos en relación con el potencial de Haití. Cuando visitamos una fábrica limpia y eficiente en la capital, hablamos con obreros que ganaban 7 dólares al día confeccionando camisetas que luego se exportaban, lo que los incorporaba a la clase media haitiana. Con la Ley Hope II, el dueño de la fábrica piensa que puede duplicar o triplicar la producción en un año.
Esta es la razón por la cual, en Washington, pediremos a los donantes que inviertan en Haití, más allá de la ayuda humanitaria tradicional. Este es el momento de Haití, una gran oportunidad para que una de las naciones más pobres se abra camino hacia un futuro con unas perspectivas económicas reales y una esperanza verdadera.
Ban Ki-moon es el Secretario General de las Naciones Unidas.Leer articulo en su version original, aqui.
Es cierto que Haití sigue siendo un país sumamente pobre. Todavía no se ha recuperado del todo de los devastadores huracanes del año pasado, ni tampoco de las décadas de dictadura maligna. Sin embargo, podemos decir lo que nos dijo el Presidente René Preval: “Haití está en un momento crítico”. Puede retroceder hacia la oscuridad y una mayor miseria, sacrificando todos los progresos que ha hecho y la ardua labor realizada con las Naciones Unidas y la comunidad internacional, o bien puede avanzar hacia la luz, hacia un futuro más prometedor y esperanzador.
El próximo mes, los principales donantes internacionales se reunirán en Washington para examinar la posibilidad de ayudar en mayor medida a este desventurado país, tan azotado por fuerzas ajenas a su control. En apariencia, parece haber pocos motivos para ser optimistas. La crisis financiera ha reducido los presupuestos destinados a la asistencia. Se habla de la “fatiga de los donantes”. Los problemas que afronta Haití —el crecimiento incontrolado de la población, una gran escasez de alimentos y artículos de primera necesidad, y la degradación del medio ambiente— parecen a menudo insuperables.
Sin embargo, es más probable que Haití capee las actuales tormentas económicas y llegue a prosperar que casi todas las demás economías emergentes. La razón de ello es la nueva ley sobre el comercio promulgada por los Estados Unidos el año pasado, que brinda a Haití una gran oportunidad.
Hope II, como se conoce esta ley, ofrece a Haití un acceso a los mercados de los Estados Unidos libre de derechos y de contingentes durante los próximos nueve años. Ninguna otra nación tiene una ventaja parecida. Es un buen punto de partida. Es una oportunidad para consolidar los progresos que Haití ha hecho para ganar cierta estabilidad política, con ayuda de la misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas, y para pasar de la ayuda a un verdadero desarrollo económico. Habida cuenta del desempleo generalizado en el país, en particular entre los jóvenes, esa medida significa sobre todo que se crearán puestos de trabajo.
Mi asesor especial sobre Haití, el economista de la Universidad de Oxford especializado en desarrollo, Paul Collier, ha colaborado con el Gobierno para formular una estrategia. Esta estrategia determina medidas y políticas concretas para crear puestos de trabajo y hace especial hincapié en los puntos fuertes tradicionales del país —la industria de la confección y la agricultura. Cabe citar en particular la promulgación de nuevas normas que reducirán los derechos portuarios (que están entre los más altos del Caribe) y la creación de agrupaciones industriales como las que han llegado a dominar el comercio mundial.
En la práctica, esto significa aumentar muchísimo las zonas de exportación del país para que una nueva generación de empresas textiles pueda invertir y operar en un lugar. Creando un mercado suficientemente grande para generar economías de escala podrán reducirse los costos de la producción y, una vez atravesado determinado umbral, se producirá una gran expansión, limitada únicamente por la disponibilidad de mano de obra. Nuestro objetivo: crear miles o cientos de miles de puestos de trabajo en dos años, y posiblemente millones a largo plazo.
Este plan parece ser ambicioso en un país de 9 millones de personas en el que el 80% de la población vive con menos de 2 dólares al día y que importa la mitad de los alimentos que consume. Sin embargo, sabemos que el plan puede funcionar. Ha funcionado en Bangladesh, cuya industria de la confección ha creado 2,5 millones de puestos de trabajo. Ha funcionado en Uganda y Rwanda. En Washington, los amigos de Haití explicaremos, con una convicción absoluta, por qué podemos ser igualmente optimistas.
Durante nuestro viaje, el Presidente Clinton y yo vimos muchos indicios, pequeños y grandes. Un día visitamos una escuela primaria en Cité Soleil, un barrio marginal de Puerto Príncipe controlado durante mucho tiempo por bandas violentas antes de que el personal de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas lo recuperara. Me alegré mucho de ver a los niños de ese barrio. Estaban bien alimentados gracias al Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y, aún mejor, eran felices y aprendían, como deben hacer los niños. Fue un indicio de una época más normal, a pesar de los sufrimientos padecidos durante los últimos años.
También visitamos un centro para alumnos destacados llamado HELP, sigla del Haitian Education & Leadership Program (Programa de educación y liderazgo de Haití). Con fondos recaudados del sector privado de los Estados Unidos, ese programa proporciona becas a niños haitianos muy pobres que no podrían soñar con ir a la universidad. Todos esos jóvenes llegan a seguir carreras productivas. Ganan buenos sueldos. Inician vidas prometedoras y casi todos ellos se quedan en Haití. A estos jóvenes les dije que los consideraba “semillas de la esperanza”, porque representan un futuro mejor.
A alguien de fuera le sorprende ver cuán pequeños son los obstáculos en relación con el potencial de Haití. Cuando visitamos una fábrica limpia y eficiente en la capital, hablamos con obreros que ganaban 7 dólares al día confeccionando camisetas que luego se exportaban, lo que los incorporaba a la clase media haitiana. Con la Ley Hope II, el dueño de la fábrica piensa que puede duplicar o triplicar la producción en un año.
Esta es la razón por la cual, en Washington, pediremos a los donantes que inviertan en Haití, más allá de la ayuda humanitaria tradicional. Este es el momento de Haití, una gran oportunidad para que una de las naciones más pobres se abra camino hacia un futuro con unas perspectivas económicas reales y una esperanza verdadera.
Ban Ki-moon es el Secretario General de las Naciones Unidas.Leer articulo en su version original, aqui.
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