El 9 de mayo del 1910 nació en Las Lagunas de Moca, Antonio Francisco Rojas Badía en un hogar conformado en el 1907 por Luis Felipe Rojas Guzmán y Guadalupe Badía Peña. Los esposos Rojas-Badía hicieron la primera factoría de café en la región en el 1927, cuando en esa época, Antonio fue a estudiar a la Universidad de Santo Domingo la carrera de Ingeniero de Puentes y Caminos, graduándose en 1931 e iniciando nueva vez los estudios, ahora de Medicina, los que culminó graduándose como Licenciado en Medicina en 1936. Regresó a Moca para unirse a su hermano Carlos que ya ejercía la medicina en la ciudad, desde el 1931. Esto quiere decir que los Dres. Rojas tienen tres generaciones en la ciudad y, cumplen en el 2011, 80 años de labor continua cuidando la salud mocana.
En las postrimerías del 1941 inicia sus labores como médico en la Secretaría de Salud encargándose de la Dirección de Salud Provincial hasta el 21 de enero de 1945, cuando se convierte en el primer director del Hospital de Moca. En los primeros 40 años, los Dres. Rojas Badía perfilaron su práctica profesional diversificando sus actividades, Carlos como Médico Internista y Antonio como Médico Cirujano. Antonio comenzó a desarrollar su práctica quirúrgica con amplitud al laborar en el Hospital Público y agotar largas jornadas laborales en el quirófano, muchas veces de 6 AM a 5 PM tres o más veces a la semana y sin contar las emergencias que sucedían en aquel Hospital, situado en la calle Rosario esquina 26 de Julio. Estimamos que en su vida profesional hizo alrededor de 50,000 cirugías, lo que permitió consagrarlo como un cirujano diestro y corajudo ante situaciones difíciles de los pacientes.
Otras virtudes importantes de este bien recordado médico mocano fue su amor a la lectura y, la pasión y el placer por aprender, las cuáles ejercitaba todos los días. Antonio y su hermano Carlos, eran considerados como profesionales de muchas tenencias de libros y revistas de medicina, quizás alcanzando más de 2,000 volúmenes. Nunca pude ver a mi padre entre consultas, sin estudiar y sin repasar en cada madrugada, las técnicas quirúrgicas que aplicaría durante el día.
Antonio que junto a Carlos fundó el Centro Médico Guadalupe en 1946, fue un importante integrador de tecnologías e innovaciones en la ciudad, se entrenó e introdujo la radiología, el laboratorio, la esterilización; su interés por el conocimiento era inagotable y siguió explorando las diferentes técnicas de la cirugía general, se adiestró en la electrocardiografía y no había un nueva técnica o procedimiento que se incorporara al servicio médico-quirúrgico de entonces, que él no aceptara el reto de aprenderlo e incorporarlo a la práctica cotidiana de la localidad.
En los años 60 del siglo pasado, cuando los aires de libertad, calentaban la mente de sus jóvenes hijos, le escuché decir las siguientes frases:
"... Yo creo que hay muchas injusticias, muchos ídolos de barro incapaces de resistir el mas leve soplo de la razón, muchos entuertos que enderezar y en general un camino tan largo y tan lleno de abrojos para llegar a la meta de un mundo feliz, que sería utópico pretender caminarlo en la pequeñez infinita de una sola existencia...
...Esto no quiere decir que no tengamos que hacer el mayor esfuerzo para enderezar entuertos, crear conciencias, hacer la luz en las tinieblas y darnos en cuerpo y alma, en contribución permanente al perfeccionamiento del Hombre, creación suprema del Hacedor...
...Somos un eslabón en la inmensa cadena del desarrollo humano y debemos hacer con amor y dignidad la parte que nos corresponde en el gran movimiento universal. Hacer el papel con gallardía y decisión es lo que distingue a los espíritus superiores..."
Deja el Hospital Público que ayudó a fundar, en diciembre del 1978 con los nuevos cambios de la democracia, cuando agobiado por "pasquines" e inconductas termina con la posición donde llevaba 33 años, presentándole la renuncia al Secretario de Salud de entonces y diciéndole lo siguiente:
" .....Para dirigir una institución durante tantos años, fue necesario el compromiso responsable de servir y no de servirme, de olvidar las inquinas de los "colegas y amigos" que siempre devuelven caricias con mordidas venenosas y seguir guiándome siempre por la luz de mi conciencia".
Su amor por el Hospital Público fue proverbial, en mis años de infancia y primera juventud, le acompañaba, cuando lo permitían mis estudios a labores en el Hospital, algunas de esas tareas fueron: pasar visita dominical (siempre la hacía a casi todos los pacientes del hospital) y recibir los dictados de órdenes médicas que debían anotarse en los expedientes de los pacientes hospitalizados, registrar en los libros quirúrgicos las cirugías realizadas, libros que guardaba celosamente, hacer ayudantía quirúrgica (aún subido en banquetas) , hacer ayudantía en consultas médicas y otra variedad de actividades hospitalarias que luego, hizo mi ejercicio profesional y el de mis hermanos como algo vivido desde la niñez. En su correspondencia a nosotros, cuando estudiábamos en España, nos decía:
.... Quiero servir de pedestal a los que habrán de ser mañana continuación de mí vida y ejemplos de honestidad, de virtud y de consagración a las tareas nobles que engrandecen el ser humano y que debieran ser la misma razón de la Existencia...
Antonio Fco. Rojas Badía, que éste 9 de mayo del 2010, les celebramos el centenario de su nacimiento, se casó con Cheita Mejía Baher de Santo Domingo y procreó cinco hijos de su matrimonio. Lo perdimos el 13 de abril del 1991 cuando al salir de su consultorio cayó enfermo por tres días y entregó su vida a Dios.
Antonio Fco. Rojas Badía tuvo tres grandes amores: el Hospital de Moca, el Centro Médico Guadalupe y su Familia. Cuando inauguró el Hospital, escribió:
“Hace falta, ser médico para comprender las angustias
que se pasan frente a una vida que se escapa.
Hace falta, haber palpado con sus propias manos
las vísceras aun tibias, de una virgen y haber rabiado de impotencia,
con las manos desarmadas para luchar con la tragedia.
Hace falta, haber visto a un lactante en el vientre
apuñaleado y enfrentarse a su madre moribunda,
interrogando con sus ojos empañados por la muerte,
al médico asistente, si el hijo que abandona
pagará con su vida el delito de ser débil;
Si al cuchillo que mata sucio de lodo y de maldad,
no opondremos el bisturí que salva, limpio y
empujado por el arte y la virtud.
Hace falta, haber visto todo esto para comprender
la importancia del hospital que se inaugura.
Yo lo he visto, he rabiado de impotencia y he sentido
en mi oído muchas veces, aquella frase que tiene
casi siempre olor a tumba, cuando la sangre corre:
“SALVEME DOCTOR”
Por su memoria, por su ejemplo, por su voluntad y por su honestidad, sus hijos, nietos y biznietos, le estaremos recordando todos éstos días.
Fernando A. Rojas Mejía
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